En Galanga, Florian Gravelle despliega una cocina de contrastes y equilibrio. La acidez despierta la dulzura, la frescura vegetal dialoga con el yodo, las especias resaltan sin enmascarar nunca. Los vegetales, tan apreciados por él, ocupan un lugar central, acompañados de notas marinas y mediterráneas que aportan relieve e intensidad. En el plato, la elegancia y la ligereza se imponen: composiciones depuradas, golosas y vibrantes, que despiertan el paladar sin sobrecargarlo. En cinco o siete platos, el chef orquesta sus menús como una narración culinaria, jugando con las texturas y los sabores para intrigar y seducir sin brusquedad. Cada creación está pensada para sus comensales, con un espíritu de compartir y convivencia, donde la emoción y el placer priman sobre la demostración. Porque en Galanga no se trata solo de cenar, sino de vivir un momento singular, íntimo y acogedor, a imagen del lugar. Uno se va con una sonrisa en los labios, el paladar despierto y ganas de volver.